La muerte, en efecto, es un don y una presencia; la presencia y la dádiva misma de la vida. La muerte es una serie de tiempos implacables y presentes, porque “el que muere no es el muerto, sino el que le sobrevive” (Jaime Sáenz). La muerte de seres queridos, la muerte de la inocencia, la muerte de Dios. Con elegante contención y lucidez, la escritura de Valerio se hace errancia por “las mil y una noches sin electricidad de [la] niñez”, en busca de alguna luz que no sea la de la muerte. Un viaje paralelo al de la vida, sin otra posesión que la memoria –“el verdadero equipaje”–. Una escritura que, en ciertos poemas, se hace lúdica, recordándonos que toda escritura es solo un juego ante la muerte. Un juego que, en un perpetuo hacerse y deshacerse, no puede tener fin, pues la muerte acecha, los brazos llenos de presentes. Porque –como escribe el poeta de forma admirable– “la niñez es un juego / dejado a medias / para siempre” y “también la vida / padre Shakespeare / es un país del cual no se vuelve”.
Libro terriblemente unitario, de una coherencia sobrecogedora, despojado de titubeos juveniles y de modas, Los presentes de la muerte nos ofrece el don y la presencia de una voz madura, medida y próxima, no pocas veces emocionante.
Guillermo Ruiz Plaza
Poeta y cuentista boliviano.
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